lunes, 4 de julio de 2011

Respeto

¡Por fin he vuelto! La verdad es que es bastante triste que no vuelva con fotos o noticias de los resinosos, pero todo se andará. Tengo un par de cosillas que hacerle a Lu (como cambiarle las cuerdas y, esta vez, ponérselas bien), pero la verdad es que estos últimos días he estado pensando mucho en los MSD. Me encantan que sean solo 2, me encanta como está Nana y por fin tengo ideas de ropa para Shue. Además, poco a poco voy creándoles unas historias y unas personalidades que se adaptan más a los gustos que tengo ahora mismo. Por eso hoy vuelvo con una historia corta del pasado de Shue, de cuando este aún era un niño pequeño. Si alguien recuerda el Scene5, está historia iría justo a continuación de "verde" (link por si alguien quiere recordarla: http://bbsdreams.net/showthread.php?52525-Agosto-Riwanon-(5-5)). ¡Espero que os guste!

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RESPETO

Todos en el pueblo habían esperado durante años que llegara aquel día. En ese momento se suponía que los muchachos señalados por el destino se convertirían en ángeles. Los habían llevado al bosque tal y como les había dicho el mensajero de Dios, allí tenían que haber escuchado Su voz. En cambio los niños habían escuchado a un gato y a un cuervo. Malos presagios, decían todos. Los niños no entendían que estaba pasando. Desde que volvieran del bosque habían estado encerrados en su habitación porque, según sus padres, tenían que descansar. Shue siempre se había sentido responsable de su hermana, aunque tuvieran exactamente la misma edad. Por eso se había asegurado de que se comiera entero el plato de guiso que les había llevado madre al mediodía. Por eso le había contado historias de princesas y había jugado con ella y sus muñecas. Sin embargo, cuando por fin su hermanita se quedó dormida, agotada tras una noche sin dormir, una noche en la que descubrieron algo que aún no entendían muy bien, él hizo todo lo posible por seguir despierto. El niño se había pegado a la puerta, intentando escuchar todo lo que pudiera. Al principio escuchó como la puerta se abría y se cerraba varias veces, como la gente hablaba en susurros. Poco a poco, su oído se fue acostumbrando al silencio y empezaron a llegarle palabras sueltas, aunque estas no tenían ningún sentido. Entonces lo escuchó. Conocía esa voz, era el mensajero de Dios, el mismo que los domingos les había regalado caramelos al salir de la iglesia. El mismo que en esos momentos les dijo a sus padres: "Tienen el ojo del Demonio. Esperaba equivocarme, pero siempre lo supe, sus ojos eran la primera señal". Sus padres y sus vecinos siempre se habían encargado de que Shue, Fey y el resto de niños del pueblo aprendieran a respetar a las demás personas, especialmente a los adultos, pero Shue supo en ese momento que aquel hombre no merecía ningún respeto. "¡Mentiroso!" le habría gustado gritar. Un día aquel hombre le había dicho cuando nadie más escuchaba que él y su hermana eran ángeles enviados de Dios, pero que ninguno de los dos debía saberlo aún. Le había mirado a sus ojos dispares y se lo había dicho. Shue se miró de reojo en el espejo de la habitación. Su hermana odiaba sus ojos y, cuando los otros niños se metían con ella, lloraba y decía que quería tener los dos del mismo color. Los otros niños también se metían con él por sus ojos, pero no le importaba. Le gustaban sus ojos, madre siempre les repetía que decían lo especiales que eran sus dos hijos. De repente no le apetecía seguir escuchando aquella conversación, así que se metió en su cama para caer dormido segundos después.
El crujido de la puerta al abrirse le despertó y vio que su hermana ya estaba sentada en el borde de su cama con una muñeca entre sus brazos. Su madre entró despacio, como si no quisiera asustarles, pero Shue vio sus ojos rojos y como se agarraba al borde de su delantal. Empezó a hablar de muchas cosas, pero ninguno de los dos niños entendía de que. Aún así, no abrieron la boca e intentaron escuchar atentamente, porque si madre quería decirles algo tenían que ser buenos niños y escuchar.
−Por eso, −dijo finalmente−, tenéis que ser buenos y no volver a hacer lo que habéis dicho que hicisteis en el bosque. Es muy peligroso, ¿lo entendéis, niños?
Fey se apresuró a asentir y a abrazar a su madre cuando esta le sonrió, pero pasaban los segundos y Shue seguía en silencio. Con una última caricia, mandó a Fey a jugar fuera.
−¿Qué pasa, Shue? ¿Por qué quieres desobedecer a tu madre?
−No quiero desobedecerle, madre −respondió el niño bajando la mirada−. Es que no entiendo que tiene de malo que hagamos… lo que podemos hacer.
−Shue, Shue, siempre preguntando por todo. Has sido así desde que empezaste a hablar. −La mujer tenía una sonrisa triste en sus labios mientras miraba a su pequeño−. Pero esta vez, por tu bien y por el de tu hermana, tienes que hacerme caso, lo sabes, ¿verdad?
−Porque si no… dirán que somos demonios. −Los ojos de madre se abrieron como platos e inmediatamente se levantó a mirar por la puerta y la ventana. No había nadie a la vista y la mujer suspiró.
−No vuelvas a decir esa palabra nunca, ¿me oyes? Si la dices o si vuelves a hacer lo que tú sabes y alguien te oye os pasaran cosas horribles a ti y a tu hermana −le susurró rápidamente al oído mientras lo abrazaba. El niño no podía moverse y sentía como un líquido caliente caía por su cara. Eran lágrimas, pero él no estaba llorando. Finalmente, su madre salió de la habitación, dejando la puerta abierta. Sin embargo, él la cerró rápidamente y volvió a mirarse al espejo. Era un niño delgado y bajito para su edad, nunca se le habían dado bien los juegos que requirieran esfuerzo físico y llevaba gafas. Se rió y cuanto más se miraba más se reía. Solo un idiota podía pensar que alguien así era un demonio, solo porque había hablado con un cuervo. ¿Qué iba a hacer? ¿Pedirle que les picoteara los ojos? Los adultos matarían al pájaro en un instante con sus pistolas y cuchillos y, además, seguramente el animal ni siquiera le hiciera caso aunque se lo pidiera. Solo un idiota podía pensar algo así. Y él sabía que todo el pueblo lo pensaba. En ese momento, a sus seis años, Shue dejó de respetar a todos los adultos que le rodeaban.