jueves, 3 de marzo de 2011

Scene 20: Sueño

No sabía muy bien si colocar esta entrada en el blog de escritura o en el de BJDs... así que al final la voy a poner en los dos. Como estoy en un punto un pelín muerto con las tribus, he decidido inspirarme siguiendo con el Scene 20. Tenía ganas de escribir algo sobre el pasado que Nanashi no recuerda y, bueno, al final ha salido esto. ¡Espero que os guste!
Y, además, una pequeña noticia. Dentro de poco va a llegar a mi casa un nuevo inquilino... que es muy pequeñito... y no es resina, pero va a convivir con parte de la resina que tengo en casa. Lo que me recuerda... espero tener tiempo este fin de semana para poder montar de una vez a Lucien.




Sus pies se movían al ritmo endiablado de la música, mientras sus brazos trazaban figuras imposibles en el aire. Sus largos cabellos rubios bailaban con él, casi con voluntad propia, enroscándose en su figura. Su cuerpo medio desnudo se retorcía ante aquellos hombres que le miraban con los ojos cargados de lujuria. Lo odiaba con toda su alma, odiaba tener que entregar algo tan bello como su baile a aquellos cerdos. Por eso, siempre que podía, cerraba sus ojos azules e imaginaba estar en otro sitio. No pedía mucho, nunca imaginaba un lugar con cortinas de seda, ni espléndidos banquetes. No, el lugar en el que vivía estaba lleno de todo eso y, aunque normalmente él no podía disfrutarlo, no lo deseaba lo más mínimo. Cuando bailaba se imaginaba perdido en el bosque, un río corriendo a sus espaldas y el sol acariciando cada centímetro de su piel. A su lado, la única persona con la que deseaba estar: su hermano Misha. Su fantasía solía ir aún más lejos que el simple hecho de darle paz, ya que el muchacho tenía en su mente demasiadas cosas que olvidar. En sus fantasías Misha no era esclavo de la única tarea que le habían encomendado: cuidar de él. Misha le miraba con tanto o más amor que con el que le miraba siempre, pero en sus ojos se reflejaba algo más. Quizá, solía pensar, si ambos fuéramos libres él me miraría así. Pero entonces la música paraba y con ella los movimientos que siempre le hacían huir a su paraíso particular. Los hombres y sus horribles miradas seguían ahí y él rezaba para que tuvieran cosas que hacer, asuntos importantes que tratar, y le dejaran marcharse al menos una noche tranquilo a su habitación. Hasta ahora nunca había tenido suerte y esa noche no iba a ser diferente.
Horas más tarde, sujetándose con las manos a una pared para no perder el equilibrio, por fin era libre de volver con Misha. Le esperaba despierto, como siempre, sin importar lo tarde que llegara. Al fin y al cabo era su deber. Y, como siempre, al verle llegar en tan terrible estado se echaba a llorar mientras le curaba sus heridas e intentaba hacerle sentir mejor. Si algo bueno tenían las noches era eso, su querido Misha demostrándole lo importante que era para él, lo mucho que lo quería... aunque nunca fuera a quererle de la misma manera que él.
−Tienes que marcharte ya −dijo ese día de repente. Ya había insistido antes en que huyera, pero nunca así−. No solo por esto, no esta vez. Tu vida corre peligro, mi querido hermano. No te preocupes, Amir nos ayudará, tenemos un plan y...
Su voz empezó a perderse en la lejanía. "Hermano" y "Amir" eran las dos palabras que más odiaba en el mundo y fue la única excusa que necesitó su mente para caer inconsciente. En sus sueños, volvía a escuchar el canto de los pájaros.

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